Leonard Cohen ha vuelto a fumar a los 80. ¿Cuándo es el momento de dejar de sacrificarse por el futuro y disfrutar del presente?
Que alguien vuelva a fumar dista bastante de poder considerarse una noticia. Que lo haga Leonard Cohen entraría, como mucho, en la categoría de curiosidad propia de un Trivial sobre su vida. Pero la cosa empieza a ganar profundidad si se trata de una recaída programada y si el interfecto, en este caso el compositor canadiense, decide entregarse a la nicotina para celebrar su 80 cumpleaños. Los más cínicos dirán –diremos- que el gesto queda perfectamente resumido por el refrán español que arranca con el profético ‘Para lo que me queda en el convento…’ Pero en una sociedad, como la occidental, donde la esperanza de vida sigue creciendo –en España se sitúa en casi 83 años- y la medicina se centra, cada vez más, en prevenir futuros males en vez de en curar enfermedades, el debate sobre cuándo es el momento de dejar de sacrificarse por el futuro para empezar a disfrutar el presente parece al menos digno de ser planteado. Llegados a una edad, ¿merece la pena saborear los placeres prohibidos –fumar, beber, comer grasa- aunque eso pueda robarnos unos años?, ¿Nos compensa vivir más felices que vivir más? ¿Quizás uno es aún demasiado joven a los 80 para dejar de preocuparse por las conductas que pueden ser perjudiciales para su salud? (Sobre todo, teniendo en cuenta, que la mejora de la calidad de vida permite a muchos, como el cantante, seguir activos y motivados).
Cohen dejó de fumar con 74 años y de beber, con 75. En una entrevista publicada en 2008 contó que simplemente había perdido “el gusto” por ambas aficiones, que llegaron a conformar determinante parte de su personalidad. Él mismo solía explicar que su inconfundible voz era el resultado “de aproximadamente 500 toneladas de wiski y de millones de cigarrillos”. Sin embargo, el año pasado, durante un concierto en Birmingham, adelantó que tenía pensado volver al tabaco cuando cumpliese los 80. Y lo ha cumplido. “Espero seguir de gira un poco más, pero no vais a estar tan contentos cuando conozcáis la razón. Veréis quiero empezar a fumar el próximo año cuando tenga 80. Creo que es la edad adecuada para recomenzar”, explicó entonces sobre el escenario inglés.
Según el especialista en psicología clínica Andrés Orive, el de Cohen es un comportamiento absolutamente lógico al menos desde el punto de vista evolutivo. “Cuando una persona tiene la sensación de que le queda poco tiempo, el impulso natural es disfrutar al máximo cada segundo en la manera en la que él entienda el disfrute”, aclara el experto.
Y muchas veces ese disfrute, seamos sinceros, entra directamente en confrontación con las recomendaciones y prescripciones que recibimos para reducir los riesgos de padecer ataques al corazón, embolias cerebrales, fallos renales, una variada gama de cánceres y el amplio catálogo de enfermedades que pueden acabar con esta enfermedad mortal de transmisión sexual que es la vida.
«La gente no solo quiere alargar la vida, sino también su felicidad, y en este último aspecto, la medicina es importante, pero no la única herramienta».
Jason Karlawish, experto en ética médica de la universidad de Pensylvania
Pero la gente no solo quiere alargar la vida, sino también su felicidad, “y en este último aspecto, la medicina es importante, pero no la única herramienta”, tal y como apunta Jason Karlawish, experto en ética médica de la universidad de Pensylvania, en un ensayo publicado en el New York Times. En él, defiende que en el tema de la prevención el exceso de celo tampoco resulta beneficioso. “Un informe reciente del Colegio de cardiología americano y la Asociación americana del corazón sitúan los 79 como edad límite para calcular el riesgo a 10 años de morir de un ataque al corazón. También sugieren que, después de los 75, no es beneficioso que una persona que no tiene problemas cardiovasculares tome estatina [una medicamento que reduce el colesterol] “, recoge.
Sea como fuere, decidir volver a fumar, tomarse un par de wiskis al día o echarle sal con alegría al foie a partir de cierta edad, tiene también que ver, según Orive, con el deseo de abandonar todo tipo de límites que no hayan sido impuestos por uno mismo. “Es común y recurrente preguntarse hasta qué punto puedes decidir sobre tu propia vida y llega un momento, en el que tomar el control, incluso en contra de la presión familiar y de los consejos médicos, resulta tentador”, resume.
Además, “si esa acción, en principio, nociva, está relacionada con un consumo litúrgico, entran en juego más variables”. Al retornar al tabaco, quizá tras décadas, o sacar la coctelera del trastero se produce, según el psicólogo, un engaño perceptivo. “Surge una especie de ilusión de ganancia de tiempo. Me siento más joven haciendo lo que hacía hace 30 años”, argumenta Orive. No solo te produce placer la calada de nicotina, sino también sentir lo que sentías antes, recordar a través de los sentidos todo lo que está relacionado con esa costumbre, esos tiempos sin (tantas) preocupaciones y amenazas. Tiempos quizás más libres. O tal vez no. Porque a cierta edad, algunos consideran que se han ganado el derecho a hacer lo que realmente deseen, como Cohen.